María Eva Duarte de Perón, o simplemente Evita, murió el 26 de julio de 1952, por lo que este año se cumplen 70 años de su desaparición física, que contrasta con su constante vigencia como “símbolo de la lucha social” que ha “logrado traspasar generaciones que no la han conocido”, enfatizan quienes reivindican su figura.
La joven actriz y política, que falleció a los 33 años de un cáncer de cuello uterino, nació el 7 de mayo de 1919 en el seno de una familia humilde de Los Toldos, una localidad rural bonaerense, a 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Con solo 15 años migró a la Capital Federal para luego ser una reconocida actriz de teatro, radioteatro y cine, pero también en los primeros años de la década del 40 daba sus pasos iniciales en la actividad sindical como afiliada a la Asociación de Actores Argentinos y luego, en 1943, como presidenta de la Asociación Radial Argentina.
En esos tiempos, Evita asistió como personalidad destacada de la cultura nacional a una actividad benéfica para los damnificados del terremoto de San Juan y allí conoció al entonces coronel Juan Domingo Perón, que ocupaba la secretaría de Trabajo y Previsión. Desde entonces formaron una pareja que, con un especial amor y lealtad, logró llegar a la Presidencia de la Nación y además algo que muy pocos consiguen: conquistar el sentimiento de los sectores populares que aún perdura.
Su obra
Durante su transcurso en la función pública creó la Fundación Eva Perón al frente de la cual realizó obras de carácter social y se convirtió en protagonista indiscutible de la historia de la política argentina. Baja su ímpetu se construyeron hospitales, hogares para ancianos y madres solteras, dos policlínicos, escuelas, una Ciudad Infantil.
El 28 de agosto de 1948, publicó su Decálogo de los Derechos de la Ancianidad, una iniciativa precursora en la lucha por el reconocimiento de las personas de la tercera edad. En 1949 buscó incrementar la influencia política de las mujeres y fundó el Partido Peronista Femenino (PPF), dirigido por mujeres, autónomo dentro del movimiento, y organizado a partir de unidades básicas femeninas que se abrían en los barrios, pueblos y sindicatos para canalizar la militancia directa de las mujeres. Esta inciativa se plasmó su anhelo de la participación política de las mujeres en la vida política a través de la sanción del voto femenino. El 11 de noviembre de 1951 votaron por primera vez todas las mujeres argentinas mayores de 18 años y Evita lo hizo desde su cama de un hospital ya enferma de cáncer de útero.
Esta enfermedad le impidió ser la candidata a vicepresidenta de la Nación tal como promovía el movimiento obrero. Ella renunció a la candidatura el 31 de agosto, fecha recordada como el ‘Día del Renunciamiento’. En su último discurso, el 1 de mayo de 1952, muy débil por la enfermedad que padecía, decidió participar del acto en Plaza de Mayo con motivo del Día del Trabajador. Allí, le habló a sus “descamisados”. En un fragmento de sus palabras, señaló: “Compañeras, compañeros: otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana. Estoy con ustedes para ser un arco iris de amor entre el pueblo y Perón; estoy con ustedes para ser ese puente de amor y de felicidad que siempre he tratado de ser entre ustedes y el líder de los trabajadores”.
El periplo del cadáver de Evita
El velatorio de Eva Duarte se realizó entre el 27 de julio y el 9 de agosto, tuvo como sedes la Secretaría de Trabajo y Previsión y fue llevado al Congreso de la Nación, para rendirle honores. Desde allí, fue llevado a su primer lugar de descanso, la Confederación General del Trabajo.
Derrocado el gobierno de Perón el 16 de septiembre de 1955, bastaron unos meses para que se planificara lo impensado: el secuestro del cadáver de la mismísima CGT. Esto se produjo durante la noche del 22 de noviembre de 1955, por órdenes directas del general Pedro Eugenio Aramburu, presidente de facto. Fue un comando de marinos al mando del teniente coronoel Carlos de Moori Koening quien entró por la fuerza al edificio, destruyó un busto de Evita en el primer piso y forzó la puerta de la capilla del segundo piso, donde se había montado una capilla para honrar a Evita.
Durante tres días, el cadáver fue llevado a deambular por diferentes puntos de la ciudad de Buenos Aires para no levantar sospechas, dentro de un camión. Tal fue la paranoia de los secuestradores y de Moori Koenig que una noche, los militares mataron a una mujer embarazada creyéndola un “comando peronista” que pretendía recuperar el cadáver. Poco después, Aramburu destituyó a Moori Koenig y le encargó a coronel, Héctor Cabanillas, la tarea de sepultar clandestinamente los restos de Evita. A esa “tarea” la nombraron “Operación Traslado” y fue el entonces teniente coronel, luego presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse. En abril de 1957 el cuerpo de Evita fue embarcado en secreto en el barco Conte Biancamano, rumbo a Génova, Italia, bajo el nombre falso de “María Maggi de Magistris” y fue enterrado con ese nombre en la tumba 41 del campo 86 del Cementerio Mayor de Milán. Durante 15 años, nada se supo oficialmente de su destino.
El cadáver de Evita fue desenterrado de la tumba clandestina en Milán y devuelto, un 3 de septiembre de 1971, al general Perón, en su casa de Puerta de Hierro, donde residía por la proscripción del peronismo en Argentina. Recién el 17 de noviembre de 1974, muerto ya Perón, la presidenta María Estela Martínez fue quien logró traer de nuevo a la Argentina, sus restos finalmente descansan en el Cementerio de la Recoleta.
Sobre este último periplo, el periodista y militante Rodolfo Walsh realizó en “Esa mujer” uno de los relatos más maravillosos de la literatura argentina.